Fa un dia gris, ara no plou
però tot sembla indicar que ho farà. Normal, som a la tardor i ens cal -diuen-
força aigua... Dins de casa s’hi està be. M’entretinc mirant (i eliminant)
vells arxius de l'ordinador... de tant en tant s’ha de fer. Sovint hi guardem esborranys d’escrits;
itineraris a llocs on algun dia -o potser mai- anirem; articles, copiats d’aquí
o d’allà, que -al llegir-los- ens han semblat interessants... i també moltes
foteses, coses sense importància,... per això es bo, sovint, fer neteja...
Hi he trobat i he tornat a
llegir, un article que vaig guarda-hi fa uns anys (es rar, perepunyetes com
soc, que no hi poses d’on era i de quina data...) i que em va emocionar. L’he
tornat a llegir i m’ha tornat a semblat molt tendre i maco. I força cert, penso, el que hi diu
Aquests dies de tardor i més a aquestes hores del matí (ara
son 2/4 de 8 d’un dissabte) quan, a casa tothom encara dorm, ens fan estar emotius,
sentimentals... un pel nostalgics. És per això que em permetreu (i disculpareu) que comparteixi amb vosaltres aquest escrit que, no se quan, vaig guardar. Només vaig
afegir al document Word: “Autor Enrique Orschanski, metge pediatra, publicat
a un diari de Córdoba (Argentina).”
No hi he tocat ni una coma. El nostre agraïment a l'autor.
LOS
ABUELOS NUNCA MUEREN
En los últimos
50 años, nuestro estilo de vida familiar cambió drásticamente como consecuencia
de un nuevo sistema de producción. La inclusión de la mujer en el circuito
laboral llevó a que ambos padres se ausenten del hogar por largos períodos
creando como consecuencia el llamado “síndrome de la casa vacía”.
El nuevo
paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas al hogar
o en instituciones. Esta tercerización de la crianza se extendió y naturalizó
en muchos hogares.
Algunos
afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la
protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas
médicas. Estos privilegiados chicos tienen padres de padres y lo celebran
eligiendo todos los apelativos posibles: abu, abuela/o nona/o bobe, zeide,
tata, yaya/o opi, oma, baba, abue, lala, babi, o por su nombre, cuando la
coquetería lo exige.
Los abuelos no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la que
aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e
identidad; factores indispensables en los nuevos brotes
La mayoría de
los abuelos sienten adoración por sus nietos. Es fácil ver que las fotos de los
hijos van siendo reemplazadas por las de éstos. Con esta señal, los padres
descubren dos verdades: que no están solos en la tarea y que han entrado en su
madurez.
El “abuelazgo”
constituye una forma contundente de comprender el paso del tiempo, de aceptar
la edad y la esperable vejez.
Lejos de
apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las anteriores: los
nietos significan que es posible la inmortalidad. Porque al ampliar la familia,
ellos prolongan los rasgos, los gestos: extienden la vida. La batalla contra la
finitud no está perdida, se ilusionan.
Los abuelos
miran diferente. Como suelen no ver bien, usan los ojos para otras cosas. Para
opinar, por ejemplo, o para recordar.
Como siempre
están pensando en algo, se les humedece la mirada; a veces tienen miedo de no
poder decir todo lo que quieren.
La mayoría
tiene las manos suaves y las mueven con cuidado. Aprendieron que un abrazo
enseña más que toda una biblioteca.
Los abuelos
tienen el tiempo que se les perdió a los padres; de alguna manera pudieron
recuperarlo. Leen libros sin apuro o cuentan historias de cuando ellos eran
chicos. Con cada palabra, las raíces se hacen más profundas; la identidad, más
probable.
Los abuelos
construyen infancias, en silencio y cada día. Son incomparables cómplices de
secretos. Malcrían profesionalmente porque no tienen que dar cuenta a nadie de
sus actos. Consideran, con autoridad, que la memoria es la capacidad de olvidar
algunas cosas. Por eso no recuerdan que las mismas gracias de sus nietos las
hicieron sus hijos. Pero entonces, no las veían, de tan preocupados que estaban
por educarlos. Algunos todavía saben jugar a cosas que no se enchufan.
Son personas
expertas en disolver angustias cuando, por una discusión de los padres, el niño
siente que el mundo se derrumba. La comida que ellos sirven es la más rica;
incluso la comprada. Los abuelos huelen siempre a abuelo. No es por el perfume
que usan, ellos son así. ¿O no recordamos su aroma para siempre?
Los chicos que
tienen abuelos están mucho más cerca de la felicidad. Los que los tienen lejos,
deberían procurarse uno, siempre hay buena gente disponible.
Finalmente,
para que sepan los descreídos:
Los abuelos nunca mueren, solo se hacen invisibles.
Que tingueu, companys i companyes, avis i avies, un
molt bon dia !
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