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La llista, amb els companys i amics, que conservà El Hombrecino |
EL RECORD DELS VELLS AMICS
A rel del comentari “Diuen que hom no mor del tot mentre hi hagi algú que el recordi...”, de la darrera entrada al nostre Blog, un amable lector ens ha fet arribar uns links amb una història commovedora.
És el relat del retrobament d'un avi amb la seva memòria. També és la història d'una llista amb els noms dels seus vells companys i amics, molts dels quals van ser assassinats pels franquistes -en un poble de Badajoz anomenat Almendral- al començament de la passada Guerra Civil Espanyola.
Francisco Rodríguez, El Hombrecino, va guardar aquesta llista en el seu moneder, durant més de 30 anys, per tenir sempre presents i no oblidar mai a cap dels seus antics amics i coneguts. La seva neta -Susana Cabañero- ho explica, aquets darrers dies de desembre, a la periodista Míriam Fernández Rua del DIARIO SUR:
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El Hombrecino i la seva neta Susana, en el seu darrer viatge a Almendral l'any 2012, al fons la Sierra de Monsalud el seu refugi al començament de la Guerra Civil. |
"El Hombrecino tenía un folio que siempre guardaba en la cartera. Era un papel viejo que amarilleaba. Contenía el nombre, los apellidos y los apodos de más de cien hombres y mujeres de Almendral, su pueblo, en Badajoz. Todos ellos fueron sacados de sus casas y asesinados por las tropas franquistas durante los primeros meses de la Guerra Civil. Durante cuarenta años, el Hombrecino llevó consigo esa lista, como la llave de su memoria para no olvidar a los amigos que perdió en 1936. A él no le gustaba hablar de la guerra, le gustaba recordar a sus amigos. Por eso, siempre que aquellos meses aciagos salían en cualquier conversación, él sacaba su lista y contaba la historia de alguno, por ejemplo de Rufino, el zapatero de Almendral, al que vio cómo se lo llevaron a fusilar a la tapia del cementerio mientras su hijo lo seguía a pie.
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Impactes de bala a la tapia del cementiri... |
El Hombrecino es Francisco Rodríguez, el mote por el que le conocían en Almendral, un pueblo de 1.300 vecinos, que fue de los más represaliados por Franco (de los 3.700 habitantes de entonces, fueron asesinados 250 en los primeros meses de la Guerra Civil).
«Le llamaban así porque decían que a la edad de 14 años ya hacía el trabajo de un hombre», relata Susana Cabañero, su nieta y la responsable de divulgar su historia.
Cuando los golpistas entraron en Almendral el 19 de agosto de 1936, Francisco tenía 17 años. Trabajaba de bracero en el campo, como tantos otros del pueblo, y no sabía de partidos políticos. Huyó entonces a la cercana sierra de Monsalud. En esas montañas se llegaron a refugiar cerca de dos mil hombres y mujeres de la comarca.
Él solía bajar de noche al pueblo a por comida y en una de esas incursiones fue capturado. Le dieron a elegir: al frente o al paredón. Y Francisco Rodríguez luchó hasta el final de la guerra en el bando de los sublevados. Pasó por Pamplona, Burgos, Teruel y el fuerte de Guadalupe en San Sebastián. «No le gustaba hablar de esto, solo me contaba el frío que pasaban, las noches al raso, de cuando dormían en cobertizos encima de las bombas... También me contó una vez que gracias a su estatura –era bajito– se salvó de tener que acatar la orden de fusilar a gente, porque formaron a su tropa por estatura y a él no le tocó», explica Susana.
Lejos de volver del frente adoctrinado, lo hizo comunista. Y así se mantuvo hasta el final de sus días. A Almendral regresó poco después de acabar la guerra, de nuevo a trabajar en el campo. Entonces conoció a su mujer, Cecilia González Zambrano, en un baile. Tuvieron tres hijos y en los 50, cuando la miseria asoló los pueblos pacenses, emigraron a Madrid. Le salió un trabajo como vigilante de una gasolinera. Los primeros años no aliviaron las estrecheces de la familia. Tuvieron que compartir piso con unos primos y hasta los gajos de naranja. Al principio, los viajes a Almendral eran frecuentes, pero cada vez se fueron espaciando más a medida que los familiares fallecían. Sin embargo, nunca perdió el arraigo, la lista que guardaba en su cartera le anclaba a su tierra con más fuerza que su DNI. A sus hijos nunca les habló de la guerra por ese silencio impuesto en nombre de la reconciliación nacional. Pero también por miedo. Hasta que Susana, su nieta, empezó a hacerle preguntas. «Yo nací en el año 1974 y aunque Franco murió un año después, seguía sin poderse hablar del tema», recuerda.
Su abuela era más reacia. «Le decía ‘Francisco cállate, de eso no se habla’, y él le respondía: ‘¡ Cómo no se va a hablar, esto lo tienen que saber los jóvenes !’». Su nieta fue la primera persona a la que Francisco le enseñó su lista. Alguien la mecanografió y se la entregó una vez muerto el dictador. «Cada vez que empezaba a contarme algo, mi abuelo sacaba el folio doblado de la cartera y decía un nombre, su mote y me contaba su historia... dónde había trabajado, con quién se casó, los hijos que tuvo, cómo se lo llevaron... y se ponía a llorar, se emocionaba muchísimo. Guardó la lista para recordar a sus amigos. Él necesitaba que se supiera que los habían matado, por eso tenía esa obsesión por contármelo».

A los trece meses de aquella última visita a Almendral, el Hombrecino murió. Su lista sirvió para que un comprometido alcalde, Francisco Cebrián, pusiera todo su empeño en buscar esos cadáveres en fosas comunes para enterrarlos en un panteón digno, levantado por suscripción popular."
Fonts.-
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